Egresados 2019: Tienen entre 84 y 91 años y cumplieron el sueño de terminar la primaria

Como decía el folclorista Vitillo Ábalos: “No hay edad para aprender”. Así fue para Jesús, Hermelinda, Justa y Olga, los flamantes egresados de la escuela primaria de Santa Ana de los Guácaras, un pueblo ubicado a 15 kilómetros de la capital de Corrientes. Pero para ellos la vida fue hostil: nacieron en tiempos en los que el trabajo era lo primero, la educación escolar era para unos pocos “privilegiados” y dentro de los privilegios (además del linaje familiar), el lugar de nacimiento iba a determinaba a qué se dedicaría cada uno. Y les tocó nacer en el campo, que con los cuatro fue muy injusto.

Trabajaron desde muy pequeños y hasta hace unos años; sus manos curtidas no sabían de lápices aunque guardaban las ganas de aprender a escribir, un deseo que nunca enterraron. El momento de la revancha les llegó y hoy con 84, 85, 86 y 91 años terminaron sus estudios primarios, recibieron sus diplomas, tuvieron su soñada fiesta de egresados y se preparan para que 2020 los vea iniciar la secundaria.

“Verlos aprender fue una experiencia conmovedora. Hace tiempo una de las abuelas me confesó emocionada: ‘¡Ya no tengo que pedirle a mi hija que escriba por mí!’”, contó a Infobae Daniela Vendler, encargada del Área Adultos Mayores de la Municipalidad de Santa Ana.
La funcionaria municipal hizo un llamado a las autoridades nacionales: “Ojalá que los organismos a los que les corresponde manden fondos a los pueblos que tanto lo necesitan para poder crear áreas que puedan ocuparse de cubrir las necesidades de los adultos mayores. Los programas que existen están preparados para la ciudad y no para personas del campo, de pueblos donde no existen medios de movilidad, donde muchos no conocen la ciudad y, principalmente, donde muchos no saben leer y escribir. Necesitamos que se ocupen de los municipios de pueblos”.

El 29 de noviembre de 2019 fue el día en el que Jesús Méndez, de 91 años; Olga Cuellar, de 84; Justa Gauna, de 85 y Hermelinda González, de 86, cumplieron el sueño de terminar la escuela primaria. Durante tres años estudiaron con el entusiasmo de quienes están haciendo lo que aman. “Recorrieron un largo camino con mucho sacrificio para ir todas las semanas con frío, calor y lluvia a estudiar”, dijo a Infobae la funcionaria municipal.

Todos participaron del Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (FinES), un plan educativo nacional que rige desde 2008 nacido con el objetivo de que las personas mayores de 18 años puedan finalizar sus estudios primarios y secundarios. Hasta fines de 2013, este programa alcanzó a 1.394.000 personas de las cuales 400.000 egresaron.

En Santa Ana, la mayoría de sus habitantes son los adultos que se han quedado en el pueblo y de ellos “gran parte no terminó la primaria porque trabajaron en el campo”.

“Por eso queremos que se conozca la historia de quienes pudieron terminar la primaria para que manden fondos para ellos, que son quienes necesitan su lugar”, contó Vendler.

—¿Cómo nace la idea de crear un espacio para que los adultos mayores puedan terminar sus estudios?

—Hace 9 años armamos el Club de Abuelos “Ana y Joaquín” y más tarde fuimos a la municipalidad para pedir un espacio porque no lo teníamos. En el pueblo había clubes municipales muy lindos y nos ofrecieron uno de ellos. Tomando conocimiento de cómo era el proyecto para ayudarlos y las distancias en las que vivían, la intendenta que estaba cuando arrancamos nos ofreció una trafic para pasar a buscarlos por sus casas. Desde hace dos años, con el nuevo intendente, se creó que Área de Adultos Mayores que fue abierto luego de que las autoridades municipales vieron cómo estábamos trabajando con ellos y las necesidades que tenían.

—¿Qué hacían en ese momento?

—Les dábamos actividades como baile, manualidades y ejercicios, pero nos quedaba pendiente la ilusión de los que querían aprender a leer y escribir. Si bien les podíamos enseñar nosotros, no era lo que ellos querían. Querían ir a la escuela, con todo lo que ello implicaba: tener actos, bandera de ceremonia, tener su diploma y su fiesta de egresados. ¡Imaginate! Para ellos, todos mayores de 84 años ¡era todo un sueño! Así logramos contactar con el Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (FinES) y luego se abrió el Parque del Recuerdo. La única dificultad era la distancia, pero pasábamos a buscarlos a sus casas en la semana y los sábados se los llevaba al club.

Durante sus años laborables, y hasta mucho después, la vida de los hoy egresados transcurrió trabajando la tierra en sus chacras o en las de otros. Sembraban y cosechaban mandioca, morrón y sandía. Y con el dinero que les pagaron, usualmente poco en comparación a su esfuerzo, se hicieron sus casas de barro que los aisla de las altas temperaturas de la región.

Santa Ana de los Guácaras es un pueblo de calles de arena, en zona de chacras en el que faltan muchas cosas, impensadas en las ciudades como taxis, remises o una línea de colectivo que tenga una parada cerca de casa. Quienes pueden caminar una distancia considerable son los que toman la única línea que pasa por las afueras del pueblo. Los teléfonos de línea escasean y los celulares no tienen buena señal. Allí hay que salir para que se escuche mejor. El centro del pueblo es grande y hay un almacén a la que todos van a comprar.

“No tenemos acceso a muchas cosas, sobre todo los abuelos. Por eso, es necesario crear un espacio para ellos que vienen de vidas muy duras; por ejemplo, una de ellas fue esclava en su juventud. Vivía en Bolivia y hasta los 18 años fue esclavizada en una casa de familia. Luego vino a la Argentina y cuando llegó al país cayó en manos de gente que la explotó laboralmente. A todos los hicieron trabajar de sol a sol y no les pagaban. Buscando una mejor vida recorrieron los pueblos hasta que llegaron a Santa Ana. Toda la vida trabajaron en el campo, en las chacras, por eso tener hoy la posibilidad de ocuparse de ellos es una hermosa experiencia”, remarca Vendler.

—¿Cómo es el pueblo?

—Grande. Es una zona de chacras donde las calles son de arena, no tenemos asfalto. Y no todos los abuelos que van al Club viven cerca del centro del pueblo, algunos viven a 7 kilómetros y es mucho para ellos porque al no haber movilidad deberían caminar. Desde que empezó a salir en los medios regionales que ellos estaban estudiando sirvió para que los gobiernos vieran que ellos también quieren progresar. Una de las abuelas egresadas me contó hace un tiempo que un día fue al almacén y sacó su cuenta, cosa que antes no podía hacer. “Ya no me joden más”, me dijo. Ella ahora puede leer lo que va a comprar, inclusive. ¡Fijate cómo estudiar se les abrió la vida!

—¿Qué recordás del viaje en la camioneta mientras los llevaban de regreso a casa? ¿Qué contaban de la clase?
—Lo que noté que les llamaba la atención fue empezar a conocer las letras y la alegría que les generaba reconocerlas cuando las veían en la tele o en el almacén y las iban uniendo. También se emocionaban cuando empezaron a sumar y restar porque lo aplicaban en lo cotidiano. Al principio les costó unir las palabras y leerlas, pero la maestra fue muy amorosa cone llos, tuvo mucha paciencia, como a los niños, y los ayudó hasta que pudieron hacerlo. Cuando empezaron a leer, en segundo año, pedían libros porque querían practicar y leer todo el tiempo.

—Personalmente ¿cuál era tu sensación cuando comentaban esas nuevas vivencias, sobre todo por haber sido parte importante para que estudien?

—¡Fue una experiencia conmovedora verlos aprender! Después de clases llevaban la tarea para la casa y siempre hacían tarea de más para practicar y se la llevaban a la maestra para que la mirase. También nos escribían cartitas para ensayar su escritura. Hace tiempo una de las abuelas me confesó emocionada: ‘¡Ya no tengo que pedirle a mi hija que escriba por mi!’”. ¡Aprender a leer les abrió el mundo! Les cambió la vida y hoy se manejan diferente.

—Y después de tres años llegó el momento soñado: ¡la entrega de diplomas y la fiesta de egresados! ¿Cómo fue?

—Tuvieron su acto académico, como corresponde, con la presentación de la bandera porque querían llevar la bandera de ceremonia. Tuvimos que buscar un pie para apoyarla y que puedan dejarla ahí así después la abanderada podía sentarse porque es muy pesada. Aquí se acostumbra a que los egresados canten una canción de despedida del ciclo que terminan. Ellos para despedirse de la primaria pidieron cantar Gracias a la vida, de Violeta Parra, pero en lengua de señas porque no iban a poder cantarla. Pero en el acto participó el grupo local Huellas, que canta folclore, y los acompañaron cantando. Después llegó la recepción ¡y fue como la soñaban! Tal como la pidieron: alfombra roja, barandas con cintas a los costados y un telón de fondo. Y el intendente invitó una cena para 100 personas.

Después de recibir el diploma, los flamantes egresados se cambiaron de ropa para llegar a esa recepción soñada. Las mujeres lucieron sus vestidos de noche que fueron comprados con el esfuerzo de sus seres queridos y compañeros de esta travesía. Juntos entraron al salón acondicionado para la ocasión: una alfombra roja siguió sus lentos pasos y a los costados una fila de columnas con lazos y moños eran testigos. Una torta, souvenirs y un telón negro con letras doradas que avisaba “Promo 2019” los esperaba. Del convite participó casi todo el pueblo. El sueño iniciado hace tres años ya era una realidad.
Fuente:
Infobae

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